Preocupación y depresión, principales síntomas que presenta el desempleado

Mon, 19/04/2021

El desempleo genera preocupación (“cuándo voy a conseguir trabajo”), tristeza (“las cosas están muy mal y van a seguir mal”) y también inseguridad (“no lo estoy consiguiendo, no sirvo”). El estado de ánimo lo solemos definir como menso específico, menso intenso y más estable y duradero en el tiempo. Las emociones son más específicas, más intensas y más cortas en el tiempo. Así que, los estados de ánimo más frecuentes actualmente son de preocupación o de disforia (depresivo).

Por Elisa Sánchez , profesora de Psicología de la Universidad UDIMA

Normalmente diferenciamos cinco emociones básicas: miedo, ira, tristeza, asco y alegría. La película del revés (Inside Out) las explica muy bien. Desde el punto de vista de la psicología científica, la frustración suele estar asociada a la ira o enfado; por ejemplo, aunque Plutchik, no la incluye directamente en su famosa rueda de emociones, pues se suele incluir dentro de la ira.

La ira nos moviliza hacia la acción, por lo que, bien canalizada, es algo positivo y puede ayudar en la búsqueda de empleo. Por ejemplo, te motiva a enviar un currículum vitae, apuntarte a ofertas, hacer entrevistas, etcétera.

El momento más duro es cuando llevas varias entrevistas y te dicen que no o ni siquiera tienes la opción de poder realizar las entrevistas (por ejemplo, hay personas que por la edad las descartan sistemáticamente). Esto hace que la frustración se convierta en desánimo o desesperanza, incluso en depresión.

Surge la pregunta de si esa frustración generada por la búsqueda infructuosa de empleo puede concluir en problemas psicológicos más graves, y la respuesta es que sí es posible. Sobre todo, los relacionados con la ira. Por un lado, la expresión inadecuada, mediante violencia, por ejemplo, hacia la familia u otras personas cercanas.

Es frecuente el desplazamiento de la ira, dirigirla hacia alguien que se percibe más débil, por ejemplo. También cuando se “traga” esa ira, “ira interna” solemos decir en psicología, para hacer referencia a la represión de la ira, que está asociada a problemas cardiovasculares, esa sensación de que te hierve la sangre.

Cuando sentimos ira, hay una reacción instintiva de atacar para defenderse; como en ocasiones esto nos ha dado mal resultado y no sabemos gestionarla bien, la reprimimos, nos aguantamos, lo que llamamos ira interna. Lo ideal es aprender a regular la emoción de la ira y a expresarla de una forma sana. También pueden aparecer sentimientos de ansiedad intensa o, si es a largo plazo, de depresión, sobre todo cuando la persona siente culpa o vergüenza por seguir sin trabajo.

No todo el mundo reacciona igual. Hay personas con más tolerancia a la frustración que otras; es algo que se aprende desde pequeños. Por ejemplo, si tus padres te han facilitado las cosas, has tenido todo lo que has pedido, te dejaban ganar en los juegos para que no sufrieras, etc. Eso facilita que puedas ser una persona con poca tolerancia a la frustración.

De ahí que es necesario enseñar a los niños y adolescentes a tolerar y gestionar la frustración, a que no siempre van a conseguir de forma rápida todo lo que se proponen, que hay cosas que requieren esfuerzo y paciencia por su parte. Si somos adultos y tenemos poca tolerancia a la frustración, es necesario que aprendamos a gestionarla, porque siempre vamos a tener dificultades en la vida, y más en el contexto actual de incertidumbre.

También las personas con más exigencia, perfeccionismo, inseguridad, necesidad de control, suelen tener menos tolerancia a que las cosas no sean según sus expectativas.

La edad es también un factor que tener en cuenta. Por un lado, las personas más jóvenes tienen interiorizado que ya no hay un trabajo para toda la vida (algo diferente por ejemplo a las personas de generaciones anteriores), que a lo largo de su vida van a tener muchos trabajos, que se trabaja por proyectos que como mucho duran 2 o 3 años y después a buscar otro proyecto.

Al mismo tiempo, cuando hay una oferta de trabajo se pide alta formación y experiencia y hay muchas personas jóvenes que lo tienen. Es una generación que ha estudiado idiomas, varios posgrados especializados, realizado prácticas compaginándolas con sus estudios, etc.; por lo que es necesario tenerlo también para no quedarte fuera y eso conlleva una alta competitividad: “por mucho que pida una empresa, siempre hay candidaturas que lo cubren y más…”.

En este contexto, pueden tener la sensación de que por mucho que se esfuercen nunca es suficiente porque siempre hay alguien que tiene mejor currículum que ellos.

Creo que para las personas de más de 40 o 45 años, ahora mismo hay una situación complicada; por un lado, porque los sueldos que se indican en las ofertas de trabajo suelen ser bajos en comparación con los que tenían previamente y con las necesidades de personas que tienen hipoteca y familia.

Además, hay altas exigencias de actualización (formación muy reciente y manejo de tecnologías, por ejemplo), flexibilidad (tanto de horario como de otros requisitos). Como comentaba antes, hay plataformas de búsqueda de empleo que en décimas de segundo descarta a personas de más de 40 años.

Estas realidades y una necesidad económica, en no pocas ocasiones, nos obliga a aceptar el primer trabajo que nos ofrezcan; también en otros casos hay personas que tienen tan asociada su identidad con la profesión: “soy…..(puesto de trabajo)” o a la aceptación social (por ejemplo creencias de que si no trabajas eres un vago o que no vales) , que cuando pierden ese trabajo también pierden su identidad o la valoración de los demás y les mueve a aceptar cualquier trabajo, aunque sea algo que no les satisface.

Frente a todo ello, frente a la frustración, hemos de plantearnos expectativas realistas; diferenciar deseos de necesidades. ¿Qué trabajo necesitas y qué trabajo deseas? No quiero decir que no hay que esforzarse por conseguir el trabajo deseado, aunque es necesario tener en cuenta que podemos ser felices sin que se cubran todas nuestras expectativas; especialmente cuando a veces las expectativas u objetivos que nos planteamos estaban generadas en un contexto muy diferente al actual y al futuro es necesario realizar un reajuste.

Consiste, en parte, en realizar un duelo: nos habíamos imaginado una situación para nosotros que ya no puede darse, por lo que necesitamos gestionar esa pérdida y elaborar el duelo, lo que conlleva las fases de shock-negación, ansiedad, ira, tristeza y aceptación.

Puede ser un momento adecuado para analizar cuáles han sido los motivos por los que deseabas tu “trabajo ideal”; tal vez por las expectativas de tus padres, porque era la moda, lo que parecía que tenía más salidas profesional, mejor suelto o estatus en ese momento, etcétera.

Hay que aprender a regular las emociones de ansiedad e ira, principalmente. Las emociones desagradables son un indicador de que estamos percibiendo una amenaza en nuestro entorno; hacernos amigos de las emociones desagradables, acogerlas y aprender de ellas. La tolerancia a la frustración tiene mucho que ver con la aceptación de la realidad (que no es resignación o tirar la toalla), sino hacer las paces con lo que están ocurriendo. En este entorno, el mindfulness, por ejemplo, es de gran ayuda para conseguirlo.

Elisa Sánchez es profesora de la Universidad a Distancia de Madrid, UDIMA, en una disciplina, la Psicología, cuyo grado se imparte en esta institución académica, además de másteres especializados, como el Máster Universitario en Psicología General Sanitaria.