¿Estamos ante la repetición de la mal llamada gripe española?

Fri, 10/04/2020

I guerra mundial

El 11 de noviembre de 1918  se firmó el armisticio que ponía fin a la I Guerra Mundial. Su entrada en vigor aquel día once, del mes once, a las once de la mañana, ponía fin a casi un lustro de enfrentamiento, que coincidió en el tiempo con la pandemia de gripe de 1918, en sus tres oleadas: la primera en la primavera de 1918,  suave y con escasa letalidad; en otoño reemergió con fuerza y, al comenzar 1919, una tercera oleada

Por el profesor Javier de la Nava

El primer brote de la cepa vírica se sitúa en marzo de 1918, en un campamento militar en Kansas, entre cocineros chinos contratados. Rápidamente se extendió a otros cuarteles y viajó a Europa entre soldados desplazados para intervenir en el conflicto. Otro origen se fija en la base  británica en Etaples, costa norte de Francia, lugar de paso de aves migratorias, rodeada de granjas de cerdos, patos y gansos, germen de infecciones. También se relacionó con soldados asiáticos que padecieron una neumonía aguda.

Miles de soldados franceses eran evacuados a diario del frente por la gripe, que afectó a uno de cada siete soldados americanos y británicos. El pico más letal se produjo entre septiembre y noviembre. Los mandos militares, para no generar desánimo, censuraron las noticias y minimizaron cifras: los héroes debían morir luchando contra el enemigo, no por gripe en un hospital. Las esquelas decían "por enfermedad contraída en el frente". La propagación se intensificó al regresar los soldados a sus países.

En nuestro país, el primer caso se registró al inicio del mes de mayo. Los periódicos de la época recogieron, sin confirmación oficial, que el propio monarca Alfonso XIII y el ministro de Estado, Eduardo Dato, sufrieron la “epidemia reinante”. El Gobierno de Antonio Maura, en el poder desde el 8 de marzo y afectado por las consecuencias de la huelga general de agosto de 1917, fue acusado por la oposición de no prestar la atención debida  a esta emergencia.

Al final de mayo de 1918, estaba afectada la cuarta parte de la población, cinco millones de personas, con 260.000 muertos (1,3% de población total), víctimas de las escasas y lentas medidas oficiales, de nuestro retraso sanitario y la irresponsabilidad de algunos políticos, como el gobernador civil de Barcelona autoexiliado en el Valle del Pas, Cantabria, desde final del verano hasta diciembre.

Madrid resultó especialmente afectada. Las autoridades no quisieron suprimir las fiestas de San Isidro, con celebraciones religiosas, teatro, verbenas y toros. A ellas, se sumaba la turbulencia política que vivía el país. La mitad de 700.000 habitantes de la capital enfermaron, con más de 7.000 personas fallecidas. Contribuyeron al contagio: el desconocimiento del origen de la epidemia, atribuido incluso al pegamento de los sellos;   la ignorancia médica sobre un adecuado tratamiento, aspirinas y aguardiente eran el remedio habitual y; la inoperancia política para prohibir las aglomeraciones humanas.

El 22 de mayo de 1918, el periódico madrileño El Sol, publicó la primera noticia sobre la epidemia de gripe. Se la llamaba “trancazo” porque a los afectados les dolía todo el cuerpo. Otros periodistas sarcásticos la bautizaron como «Soldado de Nápoles», pues  era tan pegadiza como la composición interpretada por el coro de los soldados de «La canción del olvido» del maestro Serrano, estrenada en el Teatro de la Zarzuela dos meses antes.

El corresponsal en Madrid del norteamericano The Times recogía una crónica del 28 de mayo, la visita del gobernador civil al hospital Provincial para “adoptar algunas previsiones en relación con la epidemia y la hospitalización de las clases menesterosas”. Al final de su redacción escribió el término ‘Gripe Española’, denominación que se extendió al resto del mundo propiciada por el gobierno de Washington. Así se generó la falsa impresión de su origen en nuestro país.

Probablemente soldados portugueses que combatían en Europa trajeron a España el virus. En la localidad vallisoletana de Medina del Campo, donde cambiaban de vía los trenes que hacían el trayecto entre Francia y Portugal, enfermaron el 90% de sus habitantes falleciendo el 7% del total, 420 personas. En septiembre, nuestro país sufrió un repunte del contagio.

El Gobierno se dio más prisa en censurar la información que en adoptar medidas sanitarias: no se suspendieron espectáculos, fiestas y romerías; ni se retrasaron las clases; ni se limpiaron focos de suciedad de las ciudades; los soldados se saltaron la cuarentena en los cuarteles y; los trenes no se desinfectaron. A su vez, la emigración española la llevó a Hispanoamérica, siendo llamada “el beso de la raza”.

El frío y la humedad,  las plagas de ratas, piojos, pulgas y ladillas extendieron el contagio entre millares de soldados, cuya causa de muerte se atribuyó a enfermedades respiratorias. Lo peor llegó a partir de noviembre de 1918, cuando al regresar a sus hogares, los supervivientes desparramaron el letal virus por el mundo entero. China fue el país más castigado con 30 millones de muertes, en la India 15 millones, las tropas coloniales la llevaron a África, Australia y Nueva Zelanda.

Entre los beligerantes, el peor librado fue Estados Unidos, con cerca de 700.000 muertos. Los soldados italianos contagiaron a sus familias ocasionando 400.000 víctimas. Algo similar se dio en Francia Alemania y el Reino Unido, que contabilizó un cuarto de millón de fallecidos. La incidencia mundial perduraría cuatro años y causaría más de cincuenta millones de muertos, entre tres y cinco más que las víctimas mortales de la guerra. La demografía mundial descendió drásticamente, más que durante toda la Edad Media por la peste.

Los afectados fallecían en solo dos o tres días, entre fuertes hemorragias. Hasta 1933 no se aisló su cepa, del tipo A H1N1, procedente de patologías presentes en las aves que se adaptó al hombre. En la gripe "normal", nuestras defensas, bien directamente, bien fortalecidas por las vacunas, controlan la multiplicación del virus mediante una respuesta inmune pasajera. Por contra, el virus de 1918 causaba una reacción autoinmune masiva que dañaba los tejidos pulmonares en poco tiempo.

Hasta el pasado año, la mayoría de los científicos negaba la posibilidad de producirse en la actualidad una pandemia tan devastadora como la de 1918. Los avances en la investigación médica, con vacunas antigripales y antibióticos, y; las mejores condiciones sanitarias e higiénicas de la población llevaban a pensar que su repetición era improbable, pero no imposible. Cuanto han cambiado las cosas en poco tiempo.