Carta de bienvenida del Rector de la Udima a los alumnos, en la apertura del curso 2013-2014

Mon, 30/09/2013

"Queridos amigos:

Afirmaba EUGENIO D’ORS que no hay en el mundo peor bancarrota que la del hombre que ha perdido su entusiasmo. En estos momentos en los que iniciamos un nuevo curso, el entusiasmo por el estudio ha de ser nuestro principal activo, porque “no sabré hacerlo” no ha producido jamás buen resultado; “probaré a hacerlo” -pero de verdad, pues como señalaba CERVANTES, por la calle del ya voy se va a la casa del nunca- ha obrado casi siempre maravillosamente; mientras que “lo haré”, ha conseguido grandes milagros.

Hay quien sostiene que el deseo de lo difícil es genuina enfermedad de la inteligencia y en ocasiones no deja de ser cierto, pues desear la acción entraña la elección de una limitación, por eso todo acto es en el fondo un sacrificio: al escoger una cosa rechazamos necesariamente otra. Permitidme que os señale, no obstante, que medir generosamente el valor de lo que elegimos y de lo que rechazamos, es justamente la base de todo empeño moral.

Esa elección nuestra por el estudio requiere del decidido entusiasmo al que antes aludía, que oficia además como una suerte de hilo conductor para la transformación hacia mejor de todos nosotros y, por ende, de la entera comunidad universitaria y de la sociedad en su conjunto, sin concesiones a esa tentación agazapada que supone siempre el utilitarismo, porque éste nos instala en esa inmoralidad absoluta que supone el sometimiento al cálculo minucioso de todo lo que hacemos o dejamos de hacer. Antes al contrario, que algo valga en sí mismo (y el trabajo y el estudio lo merecen) es el comienzo de lo ejemplar, y ahí es preciso ponerlo todo a su servicio, sabiendo que el esfuerzo siempre vale la pena y que lo que haya de venir después nos será dado por añadidura. ORTEGA Y GASSET enseñaba que “yo soy mi vida, que esta vida consiste en quehacer, en el quehacer de hacerme, puesto que no estoy hecho y soy, por fuerza, libre”. Y NIETZSCHE insistía en la idea de que todo depende del fin, del punto de mira, de aquello hacia lo que apuntamos: “no te pregunto de qué eres libre, te pregunto para qué eres libre”. Pues bien, esa libertad a la que aludían ambos eminentes filósofos, consiste precisamente en saber todo aquello que debemos preferir y posferir.

Sin entusiasmo y determinación, cualquier proyecto se torna insuperable. Pero observad bien que no os hablo de simple deseo, sino de querencia, porque desear y querer no es precisamente lo mismo. Ambas dos son, sin duda, meras pretensiones, pero mientras que la primera navega pilotada por los sentimientos, la segunda es guiada por la voluntad. Desear es apetecer algo que vemos pero que depende de las sensaciones exteriores, mientras que querer es verse motivado a hacer algo anteponiendo la voluntad, pues sabemos que eso nos mejora, esto es, eleva nuestra conducta hacia planos superiores.

Esa voluntad entusiasta es más importante incluso que la propia inteligencia, porque nos empuja a continuar cuando surgen dificultades y los vientos son contrarios a nuestros deseos. Es, por lo tanto, una fuerza fundamental de esa geometría del yo. Una persona inteligente, pero carente de voluntad, antes o después, se dirige hacia una travesía irregular, zigzagueante, hasta salirse de las líneas trazadas. En cambio, una persona con una inteligencia mediana, pero con una voluntad férrea, ordenada y constante -con disciplina y auto exigencia- llega indefectiblemente siempre al destino trazado.

Se me ocurría pensar -con ocasión de la reciente concesión a España del Premio Internacional FRANKLIN DELANO ROOSEVELT, recogido en la ONU el pasado 9 de septiembre por su Majestad la Reina Dña. Sofía- en el propio ROOSEVELT como un buen ejemplo de ello. Con 37 años era un brillante orador con una carrera política ciertamente prometedora. Durante la primera Guerra Mundial había sido el más alto responsable de la Marina de los Estados Unidos, sin embargo, un agosto de 1921, mientras pasaba las vacaciones con su familia en la Isla de Campobello, en New Brunswick, contrajo la poliomielitis nadando en el agua estancada de un lago cercano. Esa infección viral de las fibras nerviosas de su columna vertebral, le acarreó terribles consecuencias, quedando paralizado de cintura para abajo el resto de su vida. Únicamente podía levantarse muy trabajosamente y con la ayuda de muletas mantenerse en pie, pero no podía en absoluto andar. Cuando cualquier otro hubiera capitulado, ROOSEVELT se empeñó, con un esfuerzo titánico, en llevar una vida lo más normal posible. Sujetando sus piernas y caderas por medio de abrazaderas de hierro, aprendió a caminar distancias cortas girando su torso mientras se apoyaba en un simple bastón. En 1932 se convirtió en el trigésimo segundo Presidente de los Estados Unidos, revalidando su mandato hasta en tres ocasiones posteriores (1936, 1940 y 1944). Aunque no fue, a mi juicio, un Presidente precisamente modélico en cuanto a su política económica se refiere, sí constituye, desde luego, un ejemplo de entereza y tenacidad para superar cualquier contratiempo personal e institucional. Este rasgo de su personalidad lo enfatizaba su viuda con ocasión de las felicitaciones recibidas por la energía que su difunto marido había siempre demostrado a lo largo de toda su vida. Y ante las reiteradas e insistentes preguntas de los periodistas sobre ese descomunal tesón, ella se limitó a señalar lo siguiente: “No es que tuviera tanta energía como Vds. señalan, es que no la malgastaba en lamentaciones inútiles”.

Y de eso justamente se trata, de no quejarse de las circunstancias –no siempre favorables- o de las malas cartas que nos hayan correspondido en el juego de la vida, sino de intentar hacer una buena partida, sabiendo al fin y al cabo que, como decía W. SHAKESPEARE, es el destino el que baraja las cartas, pero somos nosotros, en cualquier caso, los que jugamos finalmente la mano.

No es sino la voluntad lo que permite afirmar los objetivos, los propósitos y las mejores esperanzas, y los dos ingredientes más importantes para ponerla en marcha no son otros que la motivación y la ilusión (el entusiasmo, en definitiva). La interacción de ambas nos permite mejorar en cuestiones pequeñas, es decir, hacer lo que se debe, aunque cueste, aprendiendo a desatender esas voces interiores que pretenden llevarnos sólo a lo que nos gusta o apetece, alejándonos del trayecto previamente trazado. La motivación hace posible que el proyecto personal sea argumental, que tenga un carácter programático, elaborado por una sucesión de pequeñas superaciones sobre las que la voluntad se va fortaleciendo, acrisolándose, haciéndose madura. Con este tipo de voluntad sabemos lo que queremos y ponemos de nuestra parte lo necesario para ir poco a poco consiguiéndolo.

Etimológicamente, voluntad procede del latín voluntas-atis, que significa querer, e implica una concreta tríada: la potencia de querer, el acto de querer y lo querido o pretendido en sí mismo. Con razón diferenciaba KANT en su Antropología la voluntad del simple deseo: “niégate la satisfacción de la diversión, pero no en el sentido estoico de querer prescindir por completo de ella, sino en el finamente epicúreo de tener en proyecto un goce todavía mayor (…) que a la larga te hará más rico, aun cuando al final de tu existencia hayas tenido que renunciar en gran parte a tu satisfacción inmediata”.

En esa forja de la educación de la voluntad -a base de esfuerzos pequeños, continuos pero tenaces y pacientes que se van sumando un día tras otro- se fraguan todos aquellos que saben saltar por encima del cansancio, la dificultad, la frustración, la desgana y los mil avatares que toda vida comporta. La voluntad, además, nos inocula la vacuna contra la tentativa del abandono.

Todos sabemos que el cansancio psicológico en el estudio en general es muy frecuente, pero en nuestra específica modalidad formativa virtual, reviste perfiles particulares. Se trata de una especie de fatiga previa al mismo intento, que se vive con una mezcla de agobio, aburrimiento y debilidad para continuar con lo ya emprendido. Un hastío extraño y difícilmente controlable que pide abrirse paso para, acto seguido, servir de excusa a la deserción. Lejos de nosotros semejante sentimiento. Por el contrario, hemos de acostumbrarnos a insistir en la pelea, manteniendo la tensión y la firmeza necesaria para no desmoronarnos cuando arrecian las dificultades. Esta reacción de constancia y fortaleza presenta dos tipos de beneficios. Por una parte, la identidad de un ser maduro tiene mucho que ver con los titánicos esfuerzos de su voluntad para no abandonar la labor; por otra, el que se vence una y otra vez en lo pequeño, se entrena para dominarse cuando llegue lo grande. Siempre hemos de contar con las dificultades, pero lo realmente importante es no dejarse vencer por ellas.

Todo lo que es valioso cuesta lograrlo. Pero merece la pena vencer la resistencia y perder en el intento el miedo al esfuerzo. El orden, la constancia y la voluntad no son disposiciones innatas, sino adquiridas en la pelea diaria y deben lograrse siempre mediante esfuerzos expresos, concretos y claros. De ello ya nos advertía ARISTÓTELES en su Ética a Nicómaco: “de las acciones crece al fin la actitud fija. Por eso debemos comunicar a nuestras acciones un determinado valor, una determinada cualidad, pues si se configuran conforme a ella, resulta la correspondiente actitud fundamental fija. Que nosotros nos formemos desde la juventud en ésta o en la otra dirección no importa poco, sino mucho y hasta todo”.

Si aprendemos a valorar las cosas importantes y esenciales -aquello que realmente deseamos y depende de nosotros- y si nos conducimos de una forma calmada y temperada por la razón, sin dejarnos arrastrar por los impulsos, veremos cómo nuestro tiempo se alarga y cunde mucho más de lo que habíamos imaginado.

No estáis solos, contáis con unos profesores excelentes –en concreto y hace apenas unos días, a dos de ellos les fueron concedidos unos importantísimos galardones nacionales e internacionales en sus respectivas especialidades- y muy solícitos en la atención de cualquier duda, desánimo o problema que pueda surgiros en el camino. Ellos conocen perfectamente la cartografía de vuestras dificultades, pero no por ello pierden la genial perspectiva que apuntara STEINER sobre el privilegio que implica la vocación de enseñar: “no hay oficio más privilegiado. Despertar en otros seres humanos poderes, sueños que están más allá de los nuestros (…) Hasta en un nivel humilde –el del maestro de escuela- enseñar, enseñar bien, es ser cómplice de una posibilidad trascendente. Si lo despertamos, ese niño exasperante de la última fila tal vez escriba versos, tal vez conjeture el teorema que mantendrá ocupados a los siglos”.

Nihil volitum nisi praecognitum, era una de las más recurrentes consignas de los clásicos (“no hay voluntad sin conocimiento de la meta”). Nosotros la conocemos y estoy seguro de que con esa entusiasta determinación que habéis acreditado ya sobradamente, la alcanzaremos todos juntos, pues siempre sopla buen viento para el que sabe a dónde va.

Un fuerte abrazo y mucho ánimo en estos albores del nuevo Curso 2013-2014."

J. Andrés Sánchez Pedroche

Rector