Discapacidad intelectual no es lo mismo que enfermedad mental

Mon, 11/10/2021

Advierte Plena Inclusión (antes llamada Confederación Española de Organizaciones en favor de las Personas con Discapacidad Intelectual, Feaps) que la discapacidad intelectual sigue siendo, hoy en día, una “gran desconocida” para muchos medios de comunicación, lo que da lugar a “frecuentes confusiones y a expresiones o referencias equivocadas en las escasas apariciones de estas personas en la prensa”. Este 10 de octubre se ha celebrado el Día Mundial de la Salud Mental, una ocasión inmejorable para aclarar por qué discapacidad intelectual no es lo mismo que enfermedad mental.

Por Luis Miguel Belda, Profesor de Periodismo y coautor de 'Periodismo Social'

En relación a la imagen social de estas personas, es frecuente que periodistas y ciudadanos en general nos refiramos a ellas como ‘discapacitados psíquicos’, ‘retrasados’ o ‘deficientes mentales’. También se les tilda de ‘mongólicos’, ‘subnormales’, y un desgraciado largo etcétera.

Muchas veces, además, la discapacidad intelectual aparece en los medios como algo que ‘padecen’ las personas que presentan estas condiciones, y que, según reseña Plena Inclusión, “les provoca severos trastornos de conducta, lo que les hace peligrosos o sospechosos”. En otras ocasiones, bien al contrario, se les refleja como esos "niños eternos" que sonríen sin parar y que son, por encima de todo, cariñosos e ingenuos, sujetos a cuidados y atención permanentes.

Todo ello trasmite una “imagen distorsionada” de estas personas, según Plena Inclusión, que las aleja de lo que, en principio, debería resultar de lo más sencillo, natural e intuitivo: el verlas, por encima de todo, como personas. Desgraciadamente, hasta que algún caso cercano rompe ese desconocimiento, la mayoría de nosotros no nos damos cuenta de lo parecidas que son en realidad estas personas al resto. Tampoco percibimos el daño que les hacemos reproduciendo constantemente, y perpetuando con ello, este tipo de imagen.

El periodista ha de conocer que el 1% de la población tiene discapacidad intelectual. En España, esto supone un total de 450.000 personas. Seis de cada diez de ellas reciben servicios específicos de apoyo. Estas personas se caracterizan por limitaciones en su inteligencia y en las habilidades que todos tenemos para adaptarnos y poder funcionar en nuestra vida diaria y que nos permiten responder ante distintas situaciones en distintos lugares, estas limitaciones se originan siempre con anterioridad a cumplir 18 años.

La discapacidad intelectual se expresa cuando una persona con ese tipo de limitaciones interactúa con el entorno. Por tanto, este tipo de discapacidad -como otras-, tiene un factor personal, pero también depende en buena medida de las barreras y obstáculos que tiene el entorno. Según este sea más o menos facilitador, esta discapacidad se expresará de forma diferente.

En general, según apuntan los expertos, la discapacidad intelectual suele ser permanente, es decir, para toda la vida, y tiene un impacto importante para la persona y su familia y entorno cercano. Además, subraya Plena Inclusión:

“Es importante apreciar que la discapacidad intelectual no es una enfermedad mental, aunque eso no quita que personas con discapacidad intelectual puedan desarrollar también una enfermedad de ese tipo (del mismo modo que podrían tener un trastorno cardíaco, un cáncer, etcétera). Sin embargo, con los apoyos adecuados y un entorno facilitador, es posible solventar muchos de los inconvenientes y limitaciones planteados por esta discapacidad”.

Hay muchos tipos y causas diferentes de discapacidad intelectual. Algunos se originan antes de que el bebé nazca, otros durante el parto y otros a causa de una enfermedad grave en la infancia. Pero siempre se origina antes de los 18 años. Esta discapacidad puede tener causas biomédicas (síndromes como el síndrome X Frágil, o el de Down…), sociales (pobreza, malnutrición) y de conducta (consumo de drogas o alcohol por parte de los padres, maltrato, etcétera.) Una proporción importante de las personas con Trastorno del Espectro de Autismo presentan también discapacidad intelectual.

Igualmente, las personas con discapacidad intelectual tienen diferentes grados de necesidad de apoyo: aquellas que tienen una discapacidad grave o múltiple (con limitaciones importantes y presencia de más de una discapacidad) necesitan generalmente un apoyo constante en muchos aspectos básicos de su vida, como la alimentación, la higiene, la participación social y comunitaria, etcétera). Sin embargo, hay otras que apenas necesitan apoyo para su autonomía personal, y en la mayoría de ocasiones, este suele ser puntual (aprender a manejar su propio dinero, tareas del hogar, orientación laboral, apoyo ante situaciones difíciles en la vida -duelo, separación, transición, etcétera-).

En cualquiera de estos casos, es importante destacar que todas estas personas tienen, por encima de su discapacidad, actitudes, gustos, capacidades, fortalezas, expectativas y anhelos particulares. Por tanto, quieren cosas diferentes en sus vidas y necesitan también diferentes apoyos, singulares e individualizados, como cualquiera de nosotros.

Algo frecuente en la imagen social de la discapacidad intelectual es pensar que estas personas, por el hecho concreto de su discapacidad, tienen todas las mismas necesidades vitales o la misma carencia en determinadas necesidades, como es el caso de la vida afectiva y sexual. Sus necesidades no difieren de las de otras personas, lo que difiere en el grado de apoyo que requieren para satisfacerlas.

Discapacidad intelectual y enfermedad mental

En este punto, resulta del todo imprescindible definir bien qué es cada estado, discernir la discapacidad intelectual de la enfermedad mental. Por ello, regresamos sobre nuestras propias huellas y nos centramos ahora en fijar unos criterios fundamentales para acercarnos al concepto de enfermedad mental desde el mayor rigor posible.

En verdad, y gracias a las asociaciones representativas, material específico no nos falta. Empecemos por las definiciones. La Confederación Salud Mental España (antes Confederación Española de Agrupaciones de Familiares y Personas con Enfermedad Mental (Feafes), en su guía de estilo “Salud mental y medios de comunicación”, describe la enfermedad mental, con carácter genérico, como “una alteración de tipo emocional, cognitivo y/o del comportamiento, en que quedan afectados procesos psicológicos básicos como son la emoción, la motivación, la cognición, la conciencia, la conducta, la percepción, la sensación, el aprendizaje, el lenguaje, etcétera, lo que dificulta a la persona su adaptación al entorno cultural y social en que vive y crea alguna forma de malestar subjetivo”.

Salud Mental España estima como aspectos clave para distinguir la enfermedad mental de la discapacidad intelectual el que la primera “no significa menor capacidad intelectual, no es siempre reversible, no es mortal, no es contagiosa, no es siempre hereditaria y no es siempre permanente en la vida del individuo una vez adquirida”. Dicho de otro modo: la enfermedad mental “no es una característica global, permanente, ni inmutable”.

Una vez asumida la definición anterior, profundizamos en los tipos de trastornos o enfermedades mentales reconocidas, que, según la American Psychiatric Association, a la que cita esta confederación en su guía, van desde trastornos del estado de ánimo, sexuales, psicóticos o del sueño hasta trastornos de la conducta alimentaria, cognoscitivos o de la personalidad, entre otros.

En este punto, es de vital importancia distinguir entre un trastorno o enfermedad mental y una discapacidad psíquica o intelectual, u otros procesos degenerativos. Así, por ejemplo, un trastorno mental orgánico “es un estado de deterioro, generalmente progresivo, de las facultades mentales anteriormente existentes en un individuo, debido a una alteración del tejido cerebral producto de un proceso degenerativo”. Por su parte, según esta misma fuente, una discapacidad intelectual alude a la persona que “tiene limitaciones en su funcionamiento intelectual, y en habilidades tales como la comunicación, cuidado personal y destrezas sociales”.

A modo de resumen sobre la discapacidad intelectual y la enfermedad mental, y haciendo nuestras sobre todo las recomendaciones genéricas de las asociaciones citadas en los epígrafes anteriores relacionados con este tema, en adelante demos por enterradas expresiones del tipo enfermo mental, trastornado, loco, psicópata, pirado o perturbado y usemos con naturalidad, y en consonancia con cada caso, las de persona con enfermedad mental, persona con discapacidad intelectual o persona con daño cerebral adquirido, entre otras.

Dejemos de usar, asimismo, voces como manicomio o psiquiátrico que cambiaremos por centro de salud mental, centro de día o centro de rehabilitación, y hagamos genérico el concepto de salud mental.

Por cierto, crece el deseo, al menos ya expresado por Salud Mental España de que los periodistas hablemos de discapacidad como consecuencia de una enfermedad mental. Dejamos constancia de esta formulación.

En el ámbito de los trastornos mentales, por ser más habituales que otros en el contexto periodístico, significamos los de la piromanía, la cleptomanía y la ludopatía. Sobre la piromanía, de entrada no confundamos un pirómano, que es, según la Academia Española, aquél que tiene tendencia patológica a la provocación de incendios”, con un incendiario, que define a quien "incendia con premeditación, por afán de lucro o por maldad".

De este modo, a la hora de redactar una información sobre un incendio forestal, por ejemplo, sería apresurado presumir que el autor es un pirómano, sin conocer a ciencia cierta que lo es, pues podemos estar hablando de un acto criminal cometido por una persona que no presenta necesariamente este trastorno. Otro tanto ocurre con la cleptomanía, que según la Real Academia es “propensión morbosa al hurto” y clínicamente es visto como un ‘trastorno de control de los impulsos’.

Como es fácil de observar, escribir e informar sobre salud mental no siempre es fácil, pero todo camino se anda letra sobre letra y, sobre todo, con buena voluntad y sin radicalismos ni obsesiones identitarias que solo conducen a la poética melancolía.