Lectura en tiempos de confinamiento

Mar, 24/03/2020

libros

Dentro de cerca de un mes, el próximo 23 de abril, será de nuevo el día del libro. Desconocemos cómo estarán las cosas para entonces, pero seguramente ni habrá lectura continuada del Quijote en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, ni se celebrará el acto de entrega de Premio Cervantes a Joan Margarit en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá, ni se regalarán rosas en Barcelona. Por eso nada mejor que, en esta época de confinamiento, conmemorar a diario el 23 de abril con un buen libro en la mano.

Por Margarita Garbisu, decana de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades

Hay algo positivo en la actual circunstancia: la disponibilidad de tiempo; tiempo para pensar reflexionar, meditar y leer; tiempo, por tanto, para zambullirse en esa lectura que siempre dejamos para otro momento, por, precisamente, falta de tiempo. ¿Por qué no un título de la narrativa realista del XIX? Este 2020 se celebra el centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós; recuperemos, por ejemplo, Fortunata y Jacinta; o siguiendo con el XIX y mujeres, recuperemos Madame Bovary de Flaubert, Ana Karenina de Tolstoi o La Regenta de Clarín, tres novelas apasionantes que te acompañan sin tregua.

El pasado domingo, en un medio nacional, pedían a varios escritores recomendaciones lectoras para el confinamiento. Mario Vargas Llosa acudió a clásicos del siglo XX: a Marcel Proust y En busca del tiempo perdido (siete volúmenes, nada menos, con un único narrador que nos habla de París, de la amistad, del amor, de los celos, de la realidad, el tiempo y la memoria); a James Joyce y Ulises, todo un reto de pericia formal con dos personajes que deambulan por el Dublín de 1904; o a Thomas Mann y La montaña mágica, con su apacible vida en el sanatorio de Davos como alegoría de la Europa enferma del pasado siglo. De Mann apostaría por Los Buddenbrook, otra de esas obras que uno no suelta, queriendo saber más sobre las tribulaciones vitales, amorosas, laborales de los integrantes de varias generaciones de una saga alemana de Lübeck, que no es más que el trasunto de la propia familia del autor.

Es también el momento de proponerse algún reto: de decidirse por una lectura organizada abordando cronológicamente, de principio a fin, la obra de un autor determinado; o de fijar la mirada en la literatura de un país y un periodo concretos. En el primer caso, a lo largo de mi vida lo he hecho con tres nombres: con Gabriel García Márquez, con John Maxwell Coetzee y con Eduardo Mendoza; y aseguro que es un verdadero gozo ir sintiendo la progresión narrativa del creador -a mejor o a peor-, y descubrir que La hojarasca de García Márquez es una absoluta delicia o que La edad de hierro de Coetzee resulta apabullante pero desoladora. En el segundo caso, adoro en particular la narrativa británica reciente: a Ian McEwan (Sábado, Expiación), a Julian Barnes (El loro de Flaubert, Hablando del asunto) o a David Lodge, cuya desternillante trilogía sobre la vida universitaria es de obligada lectura para cualquier académico: Intercambios: historia de dos universidades, El mundo es un pañuelo y ¡Buen trabajo! son los títulos que la componen.

El 23 de abril es el día del libro. Ojalá entonces podamos regalarnos personalmente novelas, poemarios, ensayos, rosas y abrazos, muchos abrazos. Entretanto, dediquemos estos tiempos de lentitud y paciencia a celebrarlo a diario con una buena lectura entre las manos.